lunes, mayo 01, 2006

Encadenada a sus alas negras.

Entramos a la habitación y la espose, las esposas tan pedidas, las mismas con las que casi dejo atrapado a un amigo el día de mi cumpleaños. La colgué del perchero y descendí a su templo para beber de su jugo de deseo. Luego la tome con furia contra la pared, tanto que casi se le marca el metal en sus muñecas. Al final, me aburrí y la solté, llevándola a la cama, para que se subiera encima mío, en una cabalgata salvaje. Hacia tanto calor que abrí las ventanas del cuarto, sin importarme que me vieran del otro lado. Un poco de exhibicionismo y risa para amenizar la noche. Me mostré al mundo, desnudo y enhiesto. Deseando más, la tome a la vista del que estuviera observando, sin que nada importara. Era un goce total, la mirada del hipotético fisgón era un incentivo más.
Fantasias pervertidas de ayer y hoy presentó...